miércoles, 15 de mayo de 2013

TEJAS, ESPUMA Y SAL.



Buenas tardes desde Madrid, desde donde os escribo, en este día de S. Isidro, patrón de todos los madrileños entre los que me encuentro desde el día que nací J.
Tras unos meses en los que al final he podido realizar la última revisión de mis restantes nueve cuentos (ya son veinte el total), los he registrado oficialmente para podéroslos ir presentando en esta página. Creo que son unos cuentos que mantienen la línea de los once primeros, aunque creo que mejor escritos; no sé, eso lo iréis apreciando vosotros. Yo, por mi parte, estoy muy satisfecho del resultado.
Hoy os quiero traer aquí uno que me transmite, siempre que lo leo, muy buenas sensaciones; sobre todo, me transmite tranquilidad y equilibrio. Creo que es un cuento lleno de vida y ternura. Lo escribí en un período que, por motivos de trabajo, estuve viviendo en La Coruña (A Coruña si lo decimos en gallego), Galicia. Allí, frente al mar, y con unas gaviotas patiamarillas anidando en un tejado cercano, nació esta historia que ahora comparto con vosotros.
Por cierto, posiblemente en estos momentos ya, una magnífica ilustradora –como todas/os los/las que aceptan el compartir conmigo mis proyectos-, haya decidido dar vida a mis gaviotas: Violeta y Galvia. Espero que pronto podáis admirar y disfrutar de su arte.
Sólo me queda desearos que os pongáis cara a la brisa marina que, acariciando las popas de los pesqueros descansando al abrigo del modesto puerto, os llena los pulmones de ese aroma que nos habla de Tejas, Espuma y Sal.
Un cariñoso saludo a todos  y que disfrutéis de lo que para vosotros he escrito.

Dejándonos mecer por las cálidas corrientes de aire que acariciaban aquel bonito y discreto puerto pesquero, nos adentramos en el mar disfrutando de la blanca, salada y divertida espuma…¿Nuestros guías? Pues dos  bellas gaviotas patiamarillas: Galvia y Violeta que, a través de esta historia, nos cuentan algo de su forma de vivir y de sus ilusiones…sí ellas también las tienen; y nos enseñan a compartir con ellas espacios que en principio los tenemos reservados a nosotros. Esta entrañable historia nos habla de respeto y cariño por los animales mientras sentimos el suave roce de la brisa marina. 


Lo bueno que tienen las corrientes de aire, entre otras cosas, es que, aprovechadas convenientemente, ayudan a recorrer grandes distancias con un esfuerzo mínimo.
Eso lo sabían de sobra Violeta y Galvia: una pareja de gaviotas, de pico y patas amarillas, que llevaban ya un par de años volando juntas; unas veces, en alta mar, dejándose mecer por aquellas cálidas corrientes de aire; otras, formando parte de esa escolta que anuncia la llegada de un barco de pesca en su regreso a casa, tras toda la noche faenando, cargado de pescado.
― Au-kyee-Kyee…―decía Violeta, contenta por todo lo que se avecinaba…
― Au-kyee-kau-kau-kau ―contestaba Galvia, feliz también por las ilusiones que llevaban compartiendo en los últimos días.
Ese sonido que puede parecer de angustia y extremada agonía, en realidad es una parte entrañable de los pueblos bañados por el mar y sin la que no se concibe la vida en ellos. Los quejidos de las gaviotas interpretan los “solos” de la melodía marina, en la que el murmullo suave y rítmico de las olas al romper en la playa, junto a las roncas bocinas de los barcos en sus llegadas y partidas de los puertos, representan el acompañamiento.
Así se estaba comunicando la pareja de gaviotas patiamarillas mientras surcaban los cielos a escasas millas de la costa. Trataban de adivinar, entre la calima que a aquellas horas de la mañana abrazaba el litoral, la llegada de alguno de los barcos pesqueros, con las bodegas llenas de pescado, que regresaban a sus hogares tras una noche de trabajo agotador entre el vaivén de las olas, el sudor de sus frentes y el penetrante olor a gasoil. Así, solucionarían sus problemas de alimentación para el día que estaba aún despertando.
― Galvia, debemos decidir dónde vamos a colocar el nido ―dijo Violeta con cierto aire de preocupación―. En pocos días será la puesta de huevos y debemos pensarlo bien para que nuestros polluelos crezcan seguros ―concluyó, asumiendo ya la responsabilidad de su futura maternidad.
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Mira esa ola que se está formando. Dijo Violeta mientras se lanzaba sobre ella: le apasionaba mezclarse con la espuma que se iba formando, para a continuación nadar impulsándose con sus patas provistas de unas muy eficientes membranas que unían sus dedos. Estaban felices pensando que pronto serían padres de tres o cuatro polluelos a los que les enseñarían todo lo que ellas sabían.
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― Papá, ¿cuándo vas a arreglar la antena de la televisión? Siempre se fastidia cuando estoy viendo la serie que ponen todos los martes y ya sabes que me gusta mucho ―le dijo a Armando su hijo, enfadado porque su padre le prometía y prometía…, pero la antena seguía estropeada.
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Ahora la urgencia era terminar, sin dilación, de acondicionar el nido que no estaba todo lo protegido y seguro que se requería, debido al adelanto imprevisto. Por ello, aunque las gaviotas nunca dejan sus huevos sin cuidado ―tratan de evitar que puedan ser comida de animales depredadores, incluso de otras gaviotas; y los protegen de la acción de las personas que, de vez en cuando, solían subir al tejado para destruir sus nidos y los huevos en su interior, y así evitar el molesto trajinar de estos animales sobre las tejas y, sobre todo, sus incómodos excrementos que todo lo corroen―, decidieron salir las dos a la vez: Violeta a procurar comida para ambos, y Galvia…………………………………………

Ya arriba, Armando se topó con un nido a medio hacer con tres huevos muy grandes y muy bonitos en su interior. Se quedó mirándolos, ensimismado, con ganas de cogerlos, pero…reparó en que eran de gaviota y, mirando asustado en todas direcciones, trató de descubrir dónde se encontraba la pareja a la que pertenecían. Sabía lo agresivas que son esas aves………………………………………………………
― Ahí va el primero ―lo lanzó Armando cuando comprobó que su hijo estaba preparado para, con la red que sostenía con ambas manos, amortiguar la caída del óvulo.
Lo lanzó y…cayó en la red. Lo sacó con cuidado, Carlos. Su padre lanzó, entonces, el segundo y…pluf………………………………………………
― ¡Kyow, kyow! ―era la señal  de peligro que Violeta lanzó al aire cuando a lo lejos -que lo estaba y mucho-, gracias a su magnífica vista, divisó un humano en las proximidades del nido.


Este cuento está registrado con la solicitud de registro de la propiedad intelectual  num V-898-13.





4 comentarios:

ethan dijo...

Muy bien descrito el entorno marinero, casi huele a las algas secándose al sol después de haber sido expulsadas del océano por la marea.
Un abrazo!!

José Ramón de Cea dijo...

Me alegro que te haya transportado a verte en la situación relajante de sentir el contacto de las oleaginosas algas con tus pies. Ellas, y su aroma penetrante y especial por lo único,son parte inseparable de nuestros pueblos pesqueros. Gracias por tu comentario. Un fuerte abrazo. A vosotros, lectores de este blog, os recomiendo que os deis una vuelta por este blog en el que conoceréis algo más de Ethan. Merece la pena. http://www.facebook.com/l/PAQEc1WS8/unlectorindiscreto.blogspot.com/2013/05/puentes-y-sombras-de-fernando-de-cea.html

José Ramón de Cea dijo...

Os pongo de nuevo el enlace que mencioné en el comentario anterior pues aquél no funcionaba: http://unlectorindiscreto.blogspot.com.es/2013/05/puentes-y-sombras-de-fernando-de-cea.html

Anónimo dijo...

El mar, su olor, sus olas, que maravilla dejar la vista perdida en el mar, y si encima tienes la suerte de ver gaviotas...Me gusta